domingo, 5 de febrero de 2017

La soledad acompañada


            

 
 
            ―¿Qué te cuentas? ―pregunta el pequeño.
            ―¿Y tú de donde sales?
            ―Te esperaba más despierto ―contesta altivamente el niño.
            ―Yo a ti no te esperaba. Eres lo que me falta hoy ―dice apartando la vista y mirando como pasa fugazmente el AVE. Se vuelve de espaldas y se dirige a lo más alejado del huerto. El nublado y el viento frío hace que hoy lo haya encontrado más oscuro, más apagado. Las lechugas han notado los días de bajas temperaturas y se han encogido. Estarán reflexionando y se encierran en sí mismas, se dice. Tan solo las coloridas acelgas mantienen sus tonos vivos. Rojo, blanco y amarillo tan intensos que hipnotizan. Aún tiene que encontrar qué plato hacer con ellas. Por lo menos el olor a tierra húmeda le anima.
            ―¿Por qué te vas?, tenemos que hablar ―dice el pequeño.
            El hombre vuelve la cabeza mientras hace por abrir el embarrado baúl.
            ―¿Hablar?, ¿hablar de qué?, ¿vienes por aquí y no es para echar una mano? ―termina de abrirlo y levanta la tapa― Te pareces a las tías con eso del "tenemos que hablar". Y será lo mismo ¿no?, lo único que quieres es que te escuche.
            ―Bueno, puedo ayudarte un poco ―dice el crio moviéndose nervioso. Sus mejillas se enrojecen.
            ―Te ruborizas. Claro. No tienes por qué. A mí por suerte ya no me pasa. ―dice sacando unos guantes y un azadón.
            ―¿De verdad? ―su tono ahora es infantil, de sorpresa―. Entonces, ¿era posible?, ¿cómo lo conseguiste? Te envidio.
            ―No fue fácil. Necesité años, ¿sabes? Pero como con tantas otras cosas se trata sobre todo de no pensar en ello. Si te pones a nadar, céntrate en hacerlo y no pienses. Mientras nadas no puedes pensar en que te pica la pierna, tan solo se trata de seguir nadando. Si no, te ahogas, o te ruborizas.
            ―¿Y con las mujeres?
            ―Tampoco ya. Con el tiempo te das cuenta de que todo el mundo es débil. Solo se trata de quien es capaz de ocultarlo más tiempo, y mejor. ¿Me ayudas, entonces?
            El niño se acerca y se pone los guantes que le ofrece. Toma un rastrillo pequeño y se queda pensativo, mirando el terreno, como si se enfrentara a la mas difícil decisión de su vida.
            ―Dudando como siempre, ¿no? Anda y remueve toda esta parte, junto a la valla. Quita las malas hierbas y destripa los terrones más grandes. Si encuentras lombrices déjalas y no te asustes que no hacen nada.
            El crio se arrodilla y se pone a remover la tierra.
            El hombre se acerca a su lomo especial, el las lechugas, los brócoli y las alcachofas, el único que no ha plantado él y que trata con el más intenso mimo y se agacha retirando cada pequeña hierba, cada piedrecita y ajustando la salida de la goma de riego. Quienes lo plantaron son tan especiales pará el que, por mucho que lo cuida, no le encanta como queda.            
            ―Eso, y a mi ni puto caso. Joder. Sigues tan perfeccionista. En eso no has cambiado nada. ―dice el niño que parece tener ojos en la nuca.
            ―No es perfeccionismo, es hacer las cosas bien. ―le ha picado el comentario. A pesar de que se lo dijeron hace tiempo, le sigue resultando difícil aceptar las críticas. Quizá no tendría que dejar que le ayudara. Levanta la vista y observa los huertos vecinos. Pocos hortelanos hoy. El joven de la barba que parece vivir en el huerto no para de moverse. Dos filas más allá una mujer monta las cañas. En un mes se podrán plantar los primeros tomates.El jubilado de siempre apila las mismas cañas. No ve más niños pero, piensa, seguro que cada uno tiene el suyo.
            ―¿Para cuándo el cambio de coche? No me gusta el que tienes.
            ―Mira niño, me la sopla lo que te guste  ―el hombre se levanta y lo mira desde arriba―, si has venido aquí a tocar las pelotas, ya puedes estar marchándote. Si vienes para ayudar, perfecto, si no, deja las cosas y largo.
            ―Tú no quieres que me marche. Si no fuese por ti, ya no estaría aquí. Me quieres demasiado aunque me niegues lo mismo.
            ―¡Yo que voy a quererte! ¡Eres lo más incómodo con lo que me he cruzado!
            ―Soy incómodo porque me tienes en cuenta, porque te afecto, porque te importo. Solo ignoramos lo que no nos importa. No has aprendido mucho, veo que sigues siendo como yo.
             Aprieta el azadón y lo mira con ira. No sería un asesinato, ni siquiera un suicidio. Esto no puede estar penado, piensa. Pero, ¿bastaría que me lo cargara con un solo golpe?, ¿serviría de algo? Y, si lo entierro, ¿sería ecológico? Seguro que no. Sus pensamientos derivan al absurdo.
            ―Tienes suerte niño listillo ―contesta finalmente y se levanta. Se dirige a la entrada y con firmeza, casi con ira, clava la laya en el pequeño recinto exterior, donde quiere plantar rosas. Trabajar con firmeza le hace sentirse mejor. Por un momento se siente solo y libre. Está intentando aprender a desviar los pensamientos y transformarlos en fuerza. A veces se ríe de si mismo cuando considera que si algunos de sus pensamientos se trasmitieran a la tierra igual ésta se volvería yerma, o igual fructificaría con los mas extraños vegetales. No sabe que saldría si enterrara a ese niño. ¿Otro él?
            ―¿Y el tema pareja, cómo lo llevamos? ―interrumpe el silencio el niño.
            ―¡Genial ―dice sarcásticamente el hombre―-, sabía que la pregunta saldría. Tu obsesión de siempre. En este momento, nada. Se está muy bien así, ¿sabes?
            ―Si, ya veo lo bien que se está. ―habla ahora con tono irónico, como canturreando― Y te alquilas una parcela para ocupar el tiempo, ¿no? Lo veo genial. ¡Ohhhh! ¡Qué excitante! ¡Wow! La ilusión de mi vida, ¡un huerto!
            ―¡Oye!, ¿qué pasa?, ¡tú no tienes ni idea! Siempre pensando en lo mismo. Tan imaginativo como te crees y eres más clásico que las monjas del seminario. No se vive de ilusiones, colega, ni de fantasías. Puedes creerte lo que quieras, pero el que tiene que lidiar con las cosas ahora, soy yo. Qué bien se critica desde el tendido de sombra.
            El niño vuelve la cabeza y lo mira fijamente.
            ―Eres un manta ¿sabes? A estas alturas tenias que haber visitado Canadá, tener pareja y dos niños y un coche descapotable. ¡Y ser astronauta!, ¡joder! Mira que lo deseé, mira que lo pensé y lo calculé todo. Y ahora te veo y, ¿qué me encuentro? Un mísero funcionario, solo y dedicado a plantar lechugas. ¿Es que no me esforcé lo suficiente?, ¿es que no lo soñé con suficiente fuerza?, ¿con qué derecho te has cargado todas mis ilusiones? ¡Me lo debes capullo!
            El rostro del crio enrojece. Unas lagrimas retenidas explotan ahora en las mejillas calientes. Golpea el suelo con fuerza. Vuelve a remover el terreno haciendo saltar la tierra.
            ―¡Inútil!, ¡eres un inútil! ― grita el pequeño.
            ―¡Yo a ti no te debo nada, imbécil!, ¿¡te enteras!? Eres tú el que me ha hecho la vida tan complicada. Tú, sí tú, capullo. ¿Quién te pidió que fantasearas tanto?, ¿quién quiere ser como tú querías ser? Tendrías que dejar de quejarte, que es lo que siempre hiciste y aprender a construir. Los deseos no bastan estúpido ¿Te parece poco lo que he conseguido?, ¿lo que soy?, ¿no te parece suficiente un huerto?, Pues te jodes. A mí me parece mucho, estoy encantado con él. Y si quieres venir por aquí será para trabajar y para ver cómo crece. Eres un insatisfecho. ¡No te aguanto!
            El niño escucha arrodillado en la tierra. Siguen discurriendo lágrimas por sus mofletudas mejillas. El hombre continúa el trabajo, malhumorado. Se siente contemplado pero no se mueve. No sabe si se ha pasado. El niño termina por acercarse y le tira del bolsillo del pantalón. Él deja el trabajo y lo mira. Le asoma una sonrisa y le dice: 
            ―Venga, no discutamos. Nos queda todo el tiempo juntos. No se vive de ilusiones, ¿sabes?, y las cosas cuestan. Más de lo que puedes imaginar. No se consigue lo que se quiere, lo importante es no dejar de luchar por lo que se desea. Lo mejor es la lucha, no el resultado ―hace una breve pausa y continúa­―. ¿Sabes?, sigo haciendo maquetas, como te gustaba. Estoy a punto de terminar la Enterprise, la original, y me ha quedado de lujo.
            ―¿Puedo plantar algo? ―dice el crio con voz entrecortada y temerosa.
            El hombre le acaricia la enmarañada cabeza.
            ―¡Desde luego! Ven y te doy los plantones.

4 comentarios:

  1. Excelente narración, siempre debemos velar por aquello que nos hace feliz, sea lo que sea que hayamos elegido, fue maravilloso leer este texto tan bien escrito.
    Abrazo

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  3. Nico, un cuento hermoso, en donde hay elementos con los que podemos identificarnos, ya que todos tenemos a ese niño o niña interior que a veces no juega y ríe, sino que llora o tiene rabietas. Reflexionar sobre cómo ha ido saliendo la vida, observar cómo de una humilde semilla que uno siembra surge fuerte y grande una nueva planta, llevarnos bien con ese niño que fuimos, somos y seremos... todo eso se lleva mejor con literatura. Y unas mandarinas. O fresas.

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  4. Nico, qué valiente. Ojalá que tu escritura le ayude al niño, que a todos los niños le encantan los cuentos :)

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