―¿Qué
te cuentas? ―pregunta el pequeño.
―¿Y tú de donde sales?
―Te esperaba más despierto ―contesta
altivamente el niño.
―Yo a ti no te esperaba. Eres lo que
me falta hoy ―dice apartando la vista y mirando como pasa fugazmente el AVE. Se
vuelve de espaldas y se dirige a lo más alejado del huerto. El nublado y el
viento frío hace que hoy lo haya encontrado más oscuro, más apagado. Las
lechugas han notado los días de bajas temperaturas y se han encogido. Estarán reflexionando y se encierran en sí
mismas, se dice. Tan solo las coloridas acelgas mantienen sus tonos vivos.
Rojo, blanco y amarillo tan intensos que hipnotizan. Aún tiene que encontrar
qué plato hacer con ellas. Por lo menos el olor a tierra húmeda le anima.
―¿Por qué te vas?, tenemos que
hablar ―dice el pequeño.
El hombre vuelve la cabeza mientras
hace por abrir el embarrado baúl.
―¿Hablar?, ¿hablar de qué?, ¿vienes
por aquí y no es para echar una mano? ―termina de abrirlo y levanta la tapa― Te
pareces a las tías con eso del "tenemos que hablar". Y será lo mismo
¿no?, lo único que quieres es que te escuche.
―Bueno, puedo ayudarte un poco ―dice
el crio moviéndose nervioso. Sus mejillas se enrojecen.
―Te ruborizas. Claro. No tienes por
qué. A mí por suerte ya no me pasa. ―dice sacando unos guantes y un azadón.
―¿De verdad? ―su tono ahora es
infantil, de sorpresa―. Entonces, ¿era posible?, ¿cómo lo conseguiste? Te
envidio.
―No fue fácil. Necesité años,
¿sabes? Pero como con tantas otras cosas se trata sobre todo de no pensar en
ello. Si te pones a nadar, céntrate en hacerlo y no pienses. Mientras nadas no
puedes pensar en que te pica la pierna, tan solo se trata de seguir nadando. Si
no, te ahogas, o te ruborizas.
―¿Y con las mujeres?
―Tampoco ya. Con el tiempo te das
cuenta de que todo el mundo es débil. Solo se trata de quien es capaz de
ocultarlo más tiempo, y mejor. ¿Me ayudas, entonces?
El niño se acerca y se pone los
guantes que le ofrece. Toma un rastrillo pequeño y se queda pensativo, mirando
el terreno, como si se enfrentara a la mas difícil decisión de su vida.
―Dudando como siempre, ¿no? Anda y
remueve toda esta parte, junto a la valla. Quita las malas hierbas y destripa
los terrones más grandes. Si encuentras lombrices déjalas y no te asustes que
no hacen nada.
El crio se arrodilla y se pone a
remover la tierra.
El hombre se acerca a su lomo especial,
el las lechugas, los brócoli y las alcachofas, el único que no ha plantado él y
que trata con el más intenso mimo y se agacha retirando cada pequeña hierba,
cada piedrecita y ajustando la salida de la goma de riego. Quienes lo plantaron son tan especiales pará el que, por mucho que lo cuida, no le encanta como queda.
―Eso, y a mi ni puto caso. Joder. Sigues tan perfeccionista. En eso
no has cambiado nada. ―dice el niño que parece tener ojos en la nuca.
―No es perfeccionismo, es hacer las
cosas bien. ―le ha picado el comentario. A pesar de que se lo dijeron hace
tiempo, le sigue resultando difícil aceptar las críticas. Quizá no tendría que
dejar que le ayudara. Levanta la vista y observa los huertos vecinos. Pocos
hortelanos hoy. El joven de la barba que parece vivir en el huerto no para de
moverse. Dos filas más allá una mujer monta las cañas. En un mes se podrán
plantar los primeros tomates.El jubilado de siempre apila las mismas cañas. No ve más niños pero, piensa, seguro que cada uno tiene el suyo.
―¿Para cuándo el cambio de coche? No
me gusta el que tienes.
―Mira niño, me la sopla lo que te guste ―el hombre se levanta y
lo mira desde arriba―, si has venido aquí a tocar las pelotas, ya puedes estar
marchándote. Si vienes para ayudar, perfecto, si no, deja las cosas y largo.
―Tú no quieres que me marche. Si no
fuese por ti, ya no estaría aquí. Me quieres demasiado aunque me niegues lo
mismo.
―¡Yo que voy a quererte! ¡Eres lo
más incómodo con lo que me he cruzado!
―Soy incómodo porque me tienes en
cuenta, porque te afecto, porque te importo. Solo ignoramos lo que no nos
importa. No has aprendido mucho, veo que sigues siendo como yo.
Aprieta el azadón y lo mira con ira. No sería
un asesinato, ni siquiera un suicidio. Esto no puede estar penado, piensa. Pero,
¿bastaría que me lo cargara con un solo golpe?, ¿serviría de algo? Y, si lo entierro, ¿sería ecológico? Seguro que no. Sus pensamientos derivan al absurdo.
―Tienes suerte niño listillo ―contesta
finalmente y se levanta. Se dirige a la entrada y con firmeza, casi con ira,
clava la laya en el pequeño recinto exterior, donde quiere plantar rosas. Trabajar
con firmeza le hace sentirse mejor. Por un momento se siente solo y libre. Está
intentando aprender a desviar los pensamientos y transformarlos en fuerza. A
veces se ríe de si mismo cuando considera que si algunos de sus pensamientos se
trasmitieran a la tierra igual ésta se volvería yerma, o igual fructificaría
con los mas extraños vegetales. No sabe que saldría si enterrara a ese niño.
¿Otro él?
―¿Y el tema pareja, cómo lo
llevamos? ―interrumpe el silencio el niño.
―¡Genial ―dice sarcásticamente el
hombre―-, sabía que la pregunta saldría. Tu obsesión de siempre. En este
momento, nada. Se está muy bien así, ¿sabes?
―Si, ya veo lo bien que se está. ―habla
ahora con tono irónico, como canturreando― Y te alquilas una parcela para
ocupar el tiempo, ¿no? Lo veo genial. ¡Ohhhh! ¡Qué excitante! ¡Wow! La ilusión de mi vida, ¡un huerto!
―¡Oye!, ¿qué pasa?, ¡tú no tienes ni
idea! Siempre pensando en lo mismo. Tan imaginativo como te crees y eres más clásico
que las monjas del seminario. No se vive de ilusiones, colega, ni de fantasías.
Puedes creerte lo que quieras, pero el que tiene que lidiar con las cosas
ahora, soy yo. Qué bien se critica desde el tendido de sombra.
El niño vuelve la cabeza y lo mira
fijamente.
―Eres un manta ¿sabes? A estas
alturas tenias que haber visitado Canadá, tener pareja y dos niños y un coche
descapotable. ¡Y ser astronauta!, ¡joder! Mira que lo deseé, mira que lo pensé
y lo calculé todo. Y ahora te veo y, ¿qué me encuentro? Un mísero funcionario,
solo y dedicado a plantar lechugas. ¿Es que no me esforcé lo suficiente?, ¿es
que no lo soñé con suficiente fuerza?, ¿con qué derecho te has cargado todas
mis ilusiones? ¡Me lo debes capullo!
El rostro del crio enrojece. Unas
lagrimas retenidas explotan ahora en las mejillas calientes. Golpea el suelo
con fuerza. Vuelve a remover el terreno haciendo saltar la tierra.
―¡Inútil!, ¡eres un inútil! ― grita
el pequeño.
―¡Yo a ti no te debo nada, imbécil!,
¿¡te enteras!? Eres tú el que me ha hecho la vida tan complicada. Tú, sí tú, capullo.
¿Quién te pidió que fantasearas tanto?, ¿quién quiere ser como tú querías ser? Tendrías
que dejar de quejarte, que es lo que siempre hiciste y aprender a construir. Los deseos no bastan estúpido ¿Te
parece poco lo que he conseguido?, ¿lo que soy?, ¿no te parece suficiente un
huerto?, Pues te jodes. A mí me parece mucho, estoy encantado con él. Y si
quieres venir por aquí será para trabajar y para ver cómo crece. Eres un
insatisfecho. ¡No te aguanto!
El niño escucha arrodillado en la
tierra. Siguen discurriendo lágrimas por sus mofletudas mejillas. El hombre
continúa el trabajo, malhumorado. Se siente contemplado pero no se mueve. No
sabe si se ha pasado. El niño termina por acercarse y le tira del bolsillo del
pantalón. Él deja el trabajo y lo mira. Le asoma una sonrisa y le dice:
―Venga, no discutamos. Nos queda
todo el tiempo juntos. No se vive de ilusiones, ¿sabes?, y las cosas cuestan.
Más de lo que puedes imaginar. No se consigue lo que se quiere, lo
importante es no dejar de luchar por lo que se desea. Lo mejor es la lucha, no
el resultado ―hace una breve pausa y continúa―. ¿Sabes?, sigo haciendo maquetas, como
te gustaba. Estoy a punto de terminar la Enterprise, la original, y me ha quedado de lujo.
―¿Puedo plantar algo? ―dice el crio
con voz entrecortada y temerosa.
El hombre le acaricia la enmarañada
cabeza.
―¡Desde luego! Ven y te doy los
plantones.
Excelente narración, siempre debemos velar por aquello que nos hace feliz, sea lo que sea que hayamos elegido, fue maravilloso leer este texto tan bien escrito.
ResponderEliminarAbrazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarNico, un cuento hermoso, en donde hay elementos con los que podemos identificarnos, ya que todos tenemos a ese niño o niña interior que a veces no juega y ríe, sino que llora o tiene rabietas. Reflexionar sobre cómo ha ido saliendo la vida, observar cómo de una humilde semilla que uno siembra surge fuerte y grande una nueva planta, llevarnos bien con ese niño que fuimos, somos y seremos... todo eso se lleva mejor con literatura. Y unas mandarinas. O fresas.
ResponderEliminarNico, qué valiente. Ojalá que tu escritura le ayude al niño, que a todos los niños le encantan los cuentos :)
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