domingo, 16 de octubre de 2016

Fuera de lugar



Desde recién nacido, Matías, un niño por otra parte perfectamente normal, trajo consigo una extraña cualidad. Ni sus más allegados ni los médicos más eminentes pudieron encontrar explicación a aquella satánica maldición, como su devota y exagerada madre llegó a denominarla.
 
               Al nacer le pusieron ese nombre en recuerdo de su abuelo, fallecido dos semanas antes de su llegada. Aquel rubito nada arrugado, de ojos azules y sonrisa radiante hizo feliz a la familia. Pero a los pocos dias empezó a preocupar a sus progenitores. Justo cuando la madre le ofrecía el pecho, por mucho tiempo que hubiese pasado desde la última toma, sus ojos miraban a todas partes menos donde debía. Igual ocurría cuando algún conocido venía a verlo. Justo cuando le prestaban más atención, la mirada del pequeño se perdía. Los coloreados móviles de avioncitos y sirenitas solo servían para que el niño contemplase los cuadros colgados de la pared. Preocupados, consultaron con el pediatra que tras las pruebas correspondientes, descartó anomalía alguna.  
 
                En sus años de infancia Matías se comportaba como un niño normal. Se fue aficionando a los olores de la perfumería que regentaban sus padres. Sin embargo, seguía presentando un comportamiento llamativo. Cuando los padres organizaban alguna celebración en casa, conseguía, ninguno se explicaba cómo, desaparecer justo en el momento en que llegaban las visitas. También se ausentaba cuando se descorchaba una botella de champan para celebrar un año de buenos resultados, se soplaban las velas de cualquier cumpleaños, incluido el suyo, o era el momento de tomar las uvas.
 
                Distracciones inesperadas, problemas digestivos repentinos, apariciones en el patio de crías de cualquier animal o recuerdos sobrevenidos de algo que le apremiaba, eran algunas de las explicaciones que daba el chiquillo para tales ausencias.
 
                Estos incidentes se acrecentaron en el colegio. Matías era buen estudiante, sus profesores le reconocían un nivel por encima de la media pero su talón de Aquiles es que perdía fácilmente la concentración. Cualquier alteración de su entorno que a él le pareciera llamativa o que algo le viniera a la mente, hacían que se despistase de lo que estaba haciendo. Tuvo serios problemas para ir pasando de curso ya que siempre llegaba cuando los exámenes se habían terminado o incluso se equivocaba de aula. De acuerdo con los tutores, los padres llegaron a  acompañarlo, pero el más leve despiste hacía que el muchacho desapareciera sin dejar rastro. Se le volvía a ver unas horas después contando las más extravagantes historias.
 
                No se ausentaba únicamente de sus obligaciones. Fue capitán del equipo de baloncesto durante tres años y en otras tantas ocasiones su equipo, dirigido habitualmente por su segundo pues casi nunca llegaba a los entrenamientos, ganó el campeonato local. Matías no estuvo presente en ninguna de las entregas de premios.
 
                Continuó así con sus ausencias y solo a base de exámenes especiales, que sus profesores nunca le anunciaban, pudo aprobar los estudios.
 
                Se puso a trabajar con sus padres en la perfumería. Era buen vendedor pero no se podía contar con él para las grandes ocasiones. Por el cumplimiento de los veinticinco años del negocio varios periódicos anunciaron su visita. Habría reportaje y fotos. Los padres de Matías se esmeraron en dejar el local como nuevo y se emperifollaron todo lo posible  con una tremenda ilusión. Pero pasó lo de siempre, justo cuando apareció la prensa e iba a empezar la sesión de fotos, el muchacho desapareció y no se volvió a saber de él hasta pasado el almuerzo.  Los padres cumplieron con los reporteros pero quedaron desolados por no poder presentar al que iba a ser heredero del negocio.
 
                Con el paso de los años y dada la clientela predominantemente femenina, tuvo varias aventuras pero ninguna de ellas fructificó. En palabras de su madre, "siempre faltaba a las citas importantes", cosa que las desilusionadas chicas no le perdonaban. Esto fue así hasta que llegó Esperanza. Un flechazo mutuo mediado por una ráfaga de Chanel numero 5. Empezaron a salir y la cosa fue consolidándose. Ella sufrió numerosos plantones pero no tardó en darse cuenta de que era el único problema de su novio y lo aceptó. Como ya era natural en él, el día en que se había organizado una almuerzo para que los padres de ambos se conocieran, no se presentó. Esto creó mala opinión en sus suegros a pesar de estar avisados, pero Esperanza le quería con locura y a los quince meses de estar juntos fijaron la fecha de la boda. Acordaron que, con la compañía adecuada, él no podría faltar. Ella recuerda aquella fecha como algo que preparó casi en soledad. Los días clave su novio nunca se presentaba. No estuvo para elegir la iglesia, ni el restaurante, ni el menú. Esperanza descartó contratar un reportaje de la boda contando con que su futuro marido no aparecería en ninguna de las fotos.
 
                Llegó el día señalado y dos amigos íntimos de la novia fueron a recogerlo. Cuasi detenido, lo metieron en un taxi  y marcharon a la boda. Pero a medio camino el taxista hizo un giro inesperado y se estrelló contra un poste. La novia esperó en la puerta de la iglesia temiendo que nuevamente se cumpliera el maleficio. Y así fue, nada se supo de su novio ni de los dos amigos. Los mensajes y llamadas de móvil fueron inútiles. A pesar de la influencia y los contactos de los padres de Esperanza, pasadas dos horas se suspendió la boda.    
 
                A la mañana siguiente Matías explicó que en el accidente los dos amigos habían resultado mal heridos y que les había acompañado al hospital. Dejándolos a buen recaudo, se dirigía a la iglesia cuando había asistido a un intento de hurto, implicándose en una pelea que había terminado con dos moratones y una noche en el calabozo. Aquello de la llamada de las películas era pura invención, dijo.
 
                Se casaron tres meses después. Desesperada pero consciente de que era imposible celebrar con él una ceremonia tradicional, lo citó una mañana para tomar un buen desayuno y después, sin darle explicación, lo llevó al Ayuntamiento donde los casó el concejal de turno.
 
                Asumida esta particularidad, tuvieron una vida feliz. No llegó al parto de su primer hijo ni tampoco al de la que, tres años más tarde, sería su hermana. Pocos fueron los aniversarios que celebraron. Era mejor no hacerlo, se convenció Esperanza, bastaba organizar algo para que Matías desapareciese. Se acostumbró a una vida de decisiones inesperadas.
 
                Años mas tarde, cuando él ya regentaba la perfumería, llegó una notificación de embargo que puso en manos de sus abogados. Tras varias discusiones, se negó a darles poder de representación diciendo que el negocio familiar lo quería defender él mismo. En línea con su especial cualidad, el día del juicio clave no apareció. El local fue embargado y el negocio de perfumería de la familia se cerró después de casi cuarenta años de vida. Gracias al trabajo de Esperanza siguieron viviendo aceptablemente. Él daba talleres de aromaterapia y perfumes pero no fijaba los horarios con sus alumnos sino la misma tarde.
 
                Envejeció a golpe de eventos inesperados. No asistió a los entierros de amigos y conocidos ni pudo asistir a evento alguno organizado con antelación. Una gripe mal curada se transformó en neumonía y de ahí se fue para el otro barrio.
 
                El día de su entierro, los que así lo quisieron, pudieron contemplar su cuerpo preparado para el último descanso. Cuando llegó la hora el operario retiró el ataúd para llevarlo a la misa. Terminada ésta y cuando la viuda levantó la tapa para tocarlo por última vez, se encontró con el cuerpo de otra persona. No hubo forma de encontrar rastro de él. Tras diez días de entrevistas e investigaciones, se concluyó que el ataúd y el cuerpo de Matías debían haber sido incinerados por equivocación aunque nada pudo asegurarse.
 
                Dado que no había cuerpo, se celebró tan solo una misa unas semanas más tarde y, en una reunión con los allegados, varias de sus pertenencias más queridas fueron llevadas al campo para ser enterradas. Sus dos hijos, que para alegría de su madre no habían tenido problema alguno para asistir al acto, recuerdan las últimas palabras que pronunció Esperanza mientras depositaba la caja de recuerdos en el hoyo.
 
                ―Cariño, nunca estuviste donde tenias que estar.

 

8 comentarios:

  1. Sí que me recordó un poco a tu otro relato, que espero que compartas por aquí del niño torero. Podrías hacer una saga sin problemas. Si alguien encuentra a este personaje para meterlo en un libro :p

    ResponderEliminar
  2. Hay gente así, como este hombre, pero en el relato se lleva al extremo y el resultado es un texto donde se mezcla lo fantástico con lo cotidiano. Enhorabuena, me parece magistral.

    ResponderEliminar
  3. Buen relato, a medida que aparecen nuevas situaciones tú ya sabes qué va a pasar con el protagonista, y sobre todo al final, pero eso, lejos de restarle interés al relato, lo hace casi más interesante. ¡Enhorabuena!

    ResponderEliminar
  4. Me ha encantado. Inspira algo de contrariedad y frustración, pero se trata de eso justamente. Gracias por compartir.

    ResponderEliminar
  5. Me ha parecido un relato lleno de imaginación e intriga, bien escrito y con la extensión justa. Y lo mejor. el final. Enhorabuena!!

    ResponderEliminar
  6. ¡Chiquillo, como se notan las buenas junteras! Enhorabuena compañero de letras y vinos.

    ResponderEliminar
  7. Un relato con múltiples detalles que marcan una personalidad muy definida del personaje. Y el final tan inesperado como predecible de Matías.

    ResponderEliminar
  8. Gracias por compartir Nico, me gusta poder conocer esta faceta tuya.

    Elena Mancera

    ResponderEliminar