Desde recién nacido, Matías, un niño por otra parte
perfectamente normal, trajo consigo una extraña cualidad. Ni sus más allegados ni
los médicos más eminentes pudieron encontrar explicación a aquella satánica
maldición, como su devota y exagerada madre llegó a denominarla.
Al
nacer le pusieron ese nombre en recuerdo de su abuelo, fallecido dos semanas
antes de su llegada. Aquel rubito nada arrugado, de ojos azules y sonrisa
radiante hizo feliz a la familia. Pero a los pocos dias empezó a preocupar a
sus progenitores. Justo cuando la madre le ofrecía el pecho, por mucho tiempo
que hubiese pasado desde la última toma, sus ojos miraban a todas
partes menos donde debía. Igual ocurría cuando algún conocido venía a verlo.
Justo cuando le prestaban más atención, la mirada del pequeño se perdía. Los
coloreados móviles de avioncitos y sirenitas solo servían para que el niño
contemplase los cuadros colgados de la pared. Preocupados, consultaron con el
pediatra que tras las pruebas correspondientes, descartó anomalía alguna.
En
sus años de infancia Matías se comportaba como un niño normal. Se fue aficionando
a los olores de la perfumería que regentaban sus padres. Sin embargo, seguía
presentando un comportamiento llamativo. Cuando los padres organizaban alguna celebración
en casa, conseguía, ninguno se explicaba cómo, desaparecer justo en el
momento en que llegaban las visitas. También se ausentaba cuando se descorchaba
una botella de champan para celebrar un año de buenos resultados, se soplaban
las velas de cualquier cumpleaños, incluido el suyo, o era el momento de tomar
las uvas.
Distracciones
inesperadas, problemas digestivos repentinos, apariciones en el patio de crías
de cualquier animal o recuerdos sobrevenidos de algo que le apremiaba, eran
algunas de las explicaciones que daba el chiquillo para tales ausencias.
Estos
incidentes se acrecentaron en el colegio. Matías era buen estudiante, sus
profesores le reconocían un nivel por encima de la media pero su talón de Aquiles
es que perdía fácilmente la concentración. Cualquier alteración de su entorno
que a él le pareciera llamativa o que algo le viniera a la mente, hacían que se
despistase de lo que estaba haciendo. Tuvo serios problemas para ir pasando de
curso ya que siempre llegaba cuando los exámenes se habían terminado o incluso
se equivocaba de aula. De acuerdo con los tutores, los padres llegaron a acompañarlo, pero el más leve despiste hacía
que el muchacho desapareciera sin dejar rastro. Se le volvía a ver unas horas
después contando las más extravagantes historias.
No
se ausentaba únicamente de sus obligaciones. Fue capitán del equipo de
baloncesto durante tres años y en otras tantas ocasiones su equipo, dirigido
habitualmente por su segundo pues casi nunca llegaba a los entrenamientos, ganó
el campeonato local. Matías no estuvo presente en ninguna de las entregas de
premios.
Continuó
así con sus ausencias y solo a base de exámenes especiales, que sus
profesores nunca le anunciaban, pudo aprobar los estudios.
Se
puso a trabajar con sus padres en la perfumería. Era buen vendedor pero no se
podía contar con él para las grandes ocasiones. Por el cumplimiento de los
veinticinco años del negocio varios periódicos anunciaron su visita. Habría
reportaje y fotos. Los padres de Matías se esmeraron en dejar el local como
nuevo y se emperifollaron todo lo posible con una tremenda ilusión. Pero pasó lo de
siempre, justo cuando apareció la prensa e iba a empezar la sesión de fotos, el
muchacho desapareció y no se volvió a saber de él hasta pasado el almuerzo. Los padres cumplieron con los reporteros pero
quedaron desolados por no poder presentar al que iba a ser heredero del negocio.
Con
el paso de los años y dada la clientela predominantemente femenina, tuvo
varias aventuras pero ninguna de ellas fructificó. En palabras de su madre,
"siempre faltaba a las citas importantes", cosa que las
desilusionadas chicas no le perdonaban. Esto fue así hasta que llegó Esperanza.
Un flechazo mutuo mediado por una ráfaga de Chanel numero 5. Empezaron a salir
y la cosa fue consolidándose. Ella sufrió numerosos plantones pero no tardó en
darse cuenta de que era el único problema de su novio y lo aceptó. Como ya era natural
en él, el día en que se había organizado una almuerzo para que los padres de
ambos se conocieran, no se presentó. Esto creó mala opinión en sus suegros a
pesar de estar avisados, pero
Esperanza le quería con locura y a los quince meses de estar juntos fijaron la
fecha de la boda. Acordaron que, con la compañía adecuada, él no podría faltar.
Ella recuerda aquella fecha como algo que preparó casi en soledad. Los días
clave su novio nunca se presentaba. No estuvo para elegir la iglesia, ni el
restaurante, ni el menú. Esperanza descartó contratar un reportaje de la boda
contando con que su futuro marido no aparecería en ninguna de las fotos.
Llegó
el día señalado y dos amigos íntimos de la novia fueron a recogerlo. Cuasi
detenido, lo metieron en un taxi y
marcharon a la boda. Pero a medio camino el taxista hizo un giro inesperado y
se estrelló contra un poste. La novia esperó en la puerta de la iglesia temiendo
que nuevamente se cumpliera el maleficio. Y así fue, nada se supo de su novio
ni de los dos amigos. Los mensajes y llamadas de móvil fueron inútiles. A pesar
de la influencia y los contactos de los padres de Esperanza, pasadas dos horas
se suspendió la boda.
A
la mañana siguiente Matías explicó que en el accidente los dos amigos habían
resultado mal heridos y que les había acompañado al hospital. Dejándolos a buen
recaudo, se dirigía a la iglesia cuando había asistido a un intento de hurto,
implicándose en una pelea que había terminado con dos moratones y una noche en
el calabozo. Aquello de la llamada de las películas era pura invención, dijo.
Se
casaron tres meses después. Desesperada pero consciente de que era imposible
celebrar con él una ceremonia tradicional, lo citó una mañana para tomar un
buen desayuno y después, sin darle explicación, lo llevó al Ayuntamiento donde
los casó el concejal de turno.
Asumida
esta particularidad, tuvieron una vida feliz. No llegó al parto de su primer
hijo ni tampoco al de la que, tres años más tarde, sería su hermana. Pocos
fueron los aniversarios que celebraron. Era mejor no hacerlo, se convenció
Esperanza, bastaba organizar algo para que Matías desapareciese. Se acostumbró
a una vida de decisiones inesperadas.
Años
mas tarde, cuando él ya regentaba la perfumería, llegó una notificación de
embargo que puso en manos de sus abogados. Tras varias discusiones, se negó a
darles poder de representación diciendo que el negocio familiar lo quería
defender él mismo. En línea con su especial cualidad, el día del juicio clave
no apareció. El local fue embargado y el negocio de perfumería de la familia se
cerró después de casi cuarenta años de vida. Gracias al trabajo de Esperanza
siguieron viviendo aceptablemente. Él daba talleres de aromaterapia y perfumes pero
no fijaba los horarios con sus alumnos sino la misma tarde.
Envejeció
a golpe de eventos inesperados. No asistió a los entierros de amigos y
conocidos ni pudo asistir a evento alguno organizado con antelación. Una gripe
mal curada se transformó en neumonía y de ahí se fue para el otro barrio.
El
día de su entierro, los que así lo quisieron, pudieron contemplar su cuerpo
preparado para el último descanso. Cuando llegó la hora el operario retiró el
ataúd para llevarlo a la misa. Terminada ésta y cuando la viuda levantó la tapa
para tocarlo por última vez, se encontró con el cuerpo de otra persona. No hubo
forma de encontrar rastro de él. Tras diez días de entrevistas e
investigaciones, se concluyó que el ataúd y el cuerpo de Matías debían haber
sido incinerados por equivocación aunque nada pudo asegurarse.
Dado
que no había cuerpo, se celebró tan solo una misa unas semanas más tarde y, en
una reunión con los allegados, varias de sus pertenencias más queridas fueron llevadas
al campo para ser enterradas. Sus dos hijos, que para alegría de su madre no
habían tenido problema alguno para asistir al acto, recuerdan las últimas
palabras que pronunció Esperanza mientras depositaba la caja de recuerdos en el
hoyo.
―Cariño,
nunca estuviste donde tenias que estar.
Sí que me recordó un poco a tu otro relato, que espero que compartas por aquí del niño torero. Podrías hacer una saga sin problemas. Si alguien encuentra a este personaje para meterlo en un libro :p
ResponderEliminarHay gente así, como este hombre, pero en el relato se lleva al extremo y el resultado es un texto donde se mezcla lo fantástico con lo cotidiano. Enhorabuena, me parece magistral.
ResponderEliminarBuen relato, a medida que aparecen nuevas situaciones tú ya sabes qué va a pasar con el protagonista, y sobre todo al final, pero eso, lejos de restarle interés al relato, lo hace casi más interesante. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarMe ha encantado. Inspira algo de contrariedad y frustración, pero se trata de eso justamente. Gracias por compartir.
ResponderEliminarMe ha parecido un relato lleno de imaginación e intriga, bien escrito y con la extensión justa. Y lo mejor. el final. Enhorabuena!!
ResponderEliminar¡Chiquillo, como se notan las buenas junteras! Enhorabuena compañero de letras y vinos.
ResponderEliminarUn relato con múltiples detalles que marcan una personalidad muy definida del personaje. Y el final tan inesperado como predecible de Matías.
ResponderEliminarGracias por compartir Nico, me gusta poder conocer esta faceta tuya.
ResponderEliminarElena Mancera