domingo, 23 de abril de 2017

Son tan solo unas pocas palabras




Se comprometió y ahora no puede echarse atrás. La pareja ni siquiera se lo había propuesto y ella se ofreció con toda la seguridad del mundo. Ser una de las personas que leería en la boda era una de las cosas que más le apetecía,...o al menos eso pensaba cuando se comprometió hacía casi un año. Ahora, cuando ya solo queda una semana para la ceremonia, una cierta angustia ha empezado a invadirla. No me sale nada, se dice como escritora a la que, en el momento más necesario, ha abandonado la inspiración.

            No tiene que ser nada enrevesado, se repite, tratando de convencerse de que es fácil. Ya ha escrito muchos borradores pero nada que le guste ni que le permita cubrir los dos minutos que le corresponden.Dos minutos pasan en seguida, es una de las frases que ahora más odia y que le dicen algunos amigos, aquellos que hábilmente no se comprometieron y ahora disfrutan de los últimos días pensando como mucho en lo que se pondrán y en lo que podrán comer en la cena.

            Pues no, no pasan en seguida, ni mucho menos. Descubrió por fin, el tema lo merecía, como funcionaba el cronómetro del móvil y cada vez que lo conecta y se pone a hablar mirando el espejo le parece que el segundero corre mas despacio. Ha practicado a pronunciar más despacio. Un día habló tan lento que se le cayó la baba. No parece que por ahí pueda salvarse.

            En su progresiva desesperación, ha mirado todo tipo de artículos, recurso muy usado para no enfrentarse al problema. Dicen que la mejor manera que tienen algunos para no hacer nada es hacer listas. Bueno, nada no, estas personas hacen listas, bastante tienen con eso, dicen ellos. Algo parecido le está pasando. Como cada vez que se sienta al ordenador decidida a terminar el texto le entra el miedo escénico, abre el explorador y mira en internet a cuantas palabras por minuto se debe hablar y qué debe y qué no debe decirse en una charla de este tipo. Ha encontrado que diciendo menos de 170 palabras cada minuto el discurso se hace lento y la gente puede dormirse. Pero si hablas pronunciando más de 210 palabras en ese tiempo, puede que la mitad de los asistentes no se enteren. Estas lecturas no hacen sino incrementar la presión sobre ella. Trescientas sesenta palabras, trescientas sesenta, repite ahora la neurona cabrona de su cabeza haciendo cada vez más complicado el reto que ella misma hace crecer.

             Ante la expectativa de que no le salga nada, ha pensado resumir y decir tan solo una frase pero no le parece bonito porque cree que los novios merecen mucho mas. También pensó en dejarlo e improvisar, pero tiene el llanto fácil y no está segura de si podrá contenerlo cuando los vea allí, a las dos, cogidos de la mano, amándose, queriéndose.. puf, se pone a llorar con tan solo imaginarlo así que por este camino, no. La improvisación la descarta. Está segura de que tendrá muchas cosas que decirles pero se angustia pensando que no le salgan o se le pasen las importantes.

              Escribió un texto larguísimo que ha descartado porque tras un comienzo prometedor se puso a divagar y terminó contando con todo el detalle las aventuras vividas el día en que visitaron el Caminito del Rey, en el que, dado que los dos sufren vértigo, aquello más que caminito se convirtió en pasión. No sabe bien como salieron con vida, sobre todo ella, a la que le tocó llevar las bolsas con los vómitos de ambos Terminó rompiendo el texto porque, aunque gracioso, no le parecía adecuado para la ocasión.

              Ha intentado preparar algo lírico, musical, bañado en amor, pero desde que optó por no tener pareja le repatea que en las relaciones todo se base en la ñoñería y en el modelo hollywoodiense de celebración. Ella quiere un texto original, que haga reír, o al menos sonreír y que hable de ambos, aunque también de los demás y de lo que sienten y de su futuro y de su pasado y del destino y de los sentimientos y de lo bonito y de la amistad y de los viajes y de la compañía y de las mantas para quitarse el frío del invierno... Imposible. Son demasiadas cosas.

             Ha anotado todas las cosas de las que querría hablar, esperando que, teniendo puntos de referencia, pueda hilar algo coherente. Es de las únicas cosas que conserva. No descarta que le sirva finalmente pero no encuentra con facilidad el cemento que lo pegue todo y le salga con un cierto sentido.

               En el grupo de la boda de vez en cuando el preguntan. Odia que lo hagan porque si ella no ha dicho que está no sabe a qué viene que la gente pregunte. Suele maldecir cuando lee los mensajes y sus contestaciones no son para nada lo que se le pasa por la cabeza pero, al fin y al cabo, nadie es culpable de que se haya comprometido y ahora no gana nada peleándose con nadie y menos por este tema.

               Le da vergüenza reconocerlo pero en el últimos meses se ha visto todas las películas de bodas que ha podido, ha tomado notas pero se teme que como son también amantes del cine, algo les pueda sonar. Seria penoso, piensa, que si copia las palabras de alguno de los guiones, pudiera ser descubierta por cualquier de los asistentes o peor aun, por los propios contrayentes. Y no solo ha visto películas. Ha leído libros, se ha comprado revistas y ha llamado a amigos del extranjero. Ha buscado páginas en internet y hasta se bajó una aplicación llamada, como no, Discursos 2.0, pero aquello, además de mostrarle un anuncio por cada dos palabras que elegía, daba un resultado penoso. Tras horas de intentos obtuvo un discurso que solo hubiese podido pergeñar un estudiante de Erasmus mandado a hacerlo por equivocación y harto de tinto.

               Como es traductora de varios idiomas, también ha pensado en bajarse algún discurso de internet en una lengua que ninguno conozca y traducirlo. Ha probado con el Arameo y con el Tailandés pero los que ha encontrado del primero son demasiado toscos y los segundos siempre se ponen a hablar de dioses y no le sirve para nada.

               También ha pensado la posibilidad de leer simplemente el trozo de alguna novela o de algún poema que pudiera gustarles. Eso le quitaría el problema de la creación pero ahora quedaría elegir el texto adecuado y, mientras que dos minutos le parece una eternidad para tener que decir algo inventado por ella misma, ese tiempo es mínimo para leer cualquier texto que llegue a tener sentido.

              Ya, en el colmo de la desesperación, se ha metido algún sábado en la parroquia y ha asistido a bodas en las que nada tiene que ver. Todo el mundo la ha mirado con extrañeza ya que a sus años y a pesar del pañuelito negro con el que ha querido pasar desapercibida, no cumple para nada el modelo de vieja beata que asiste a bautizos, comuniones y bodas como si de la santa más marmórea se tratase. Tampoco lo que ha oído le ha encantado y, para colmo, ahora tiene a cuatro vejetes que ya le han propuesto matrimonio. ¡Eso!, piensa ella, otro matrimonio y que otro dé el discurso.

               Los días pasan y el agobio aumenta. Desea a veces por lo bajini que se produzca un milagro, una aguacero histórico que anule la ceremonia o una ruptura en el último momento, pero se castiga luego por tener siquiera semejantes pensamientos. Descarta hacer como que se pone enferma y no asistir a la boda y la idea de tomarse cinco litros de agua helada el viernes anterior para producirse una afonía irrecuperable no termina de agradarle. Le apetece un montón la boda, solo que tiene un pequeño problema, el dichoso discursito. Dos minutitos de problema, solo eso.

               Pero está decidida a redactarlo y a quedarse encantada con lo que quiere decirles. En realidad, sabe que nada de lo que diga será suficiente. Quizá, piensa, lo mejor sería subir al estrado y estar allí los dos minutos, simplemente contemplándolos y manteniendo la sonrisa. Ojalá estuviésemos acostumbrados a eso. Somos tan torpes en esto del te quiero que queremos siempre llenarlo de palabras que en realidad no hacen falta.

               Con paciencia, sigue escribiendo. Parece que la idea de hacer una lista de referencias puede funcionar. Quisiera tan solo poder decirles con los ojos que les quiere. Pero hacen falta palabras y no está dispuesta a quedarse callada. Cuando piensa que está a punto de abrir las compuertas a una idea genial, le suena el WhatsApp. No sabe cómo, le dio el teléfono a uno de los jubilados de la parroquia y el hombre parece que quiere guerra. Y para estas guerras está ella, con todo lo que tiene que inventar. Le dice cariñosamente que no a la partida de Cinquillo que le propone y se vuelve a concentrar.

            Trescientas sesenta palabras.

            Trescientas sesenta palabras.

            Trescientas sesenta palabras.

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