Estoy sentada en
clase, en la esquina de la primera fila, por mis gafas de culo de vaso. Navegan
frente a ellas algunos pelos escapados de mis dos trenzas de niña empollona.
Observo mi reflejo en la ventana: soy toda gafas, trenzas y jersey amplio, con
coderas, heredado de mi hermano. Y sí, soy una niña empollona: la delegada de
6º A, y exenta de gimnasia desde cuarto curso.
La Pajarito está explicando algo sobre la época medieval. Me pongo a
dibujar disimuladamente en el margen de mi cuaderno la figura de perfil de una
chica punkie que vi ayer en la parada
del autobús. Su cresta será de dos colores, verde y rojo, porque dibujo con el
lápiz Staedtler 2B que usamos para subrayar en el libro las “palabras clave”
que la profe destaca de tanto en tanto: cruzadas, caballeros, torneos, peste
negra, siervos de la gleba, y cualquiera saca los plastidecor ahora.
Para Navidades pediré otra vez un Telesketch. Mi madre no quiere comprármelo
porque, aunque sabe que me encanta dibujar, dice que es mucho mejor usar lápiz
y papel y que una máquina no favorece la creatividad de los niños. Jolines,
cuando se pone así parece la Pajarito y no hay quien la aguante.
Acaba la clase; ahora toca mates. Mariajo, sentada a mi lado, rebusca chuches
en su cartera. Me ofrece una: “¿Quieres piruleta o chupachús, Rocío?” Le digo
que ahora no, gracias; y saco el plastidecor rojo y pinto una parte de la
cresta de Nuria –he decidido que la chica punkie
se llama Nuria–. El Pantuflo entra, saluda, nos hace callar. Hoy nos va a
explicar algo nuevo, difícil, “pero lo veréis otra vez en octavo, así que
tranquilos”. Agarra la tiza, se gira hacia la pizarra, se acaricia con la mano
libre sus patillas frondosas (me pregunto si le gustarán a su mujer y si harán
muchas cosquillas a los mofletes de su hijo recién nacido; nos enseñó una foto de
los dos el otro día) y se lanza a escribir fórmulas.
Me quedo mirando fijamente. Esos trazos en la pizarra los he visto antes.
Sé de qué está hablando, sé la palabra que va a decir a continuación. Miro los apuntes
de mi cuaderno. Se ha posado una mosca encima de la cresta de Nuria, justo
donde ya sabía que se posaría. Porque esto ya lo he vivido. Ya lo he visto, ya lo
he oído, hasta lo he olido antes. Huele, claro que sí, a chicle de fresa. Mariajo
está masticando lo que le queda de su chupachús Kojak; sí, como antes, en esa
otra vida. O quizás lo he soñado. O estoy soñando ahora mismo. Pero no, es
imposible que sea un sueño. Me suenan las tripas, después va a ser la hora del
recreo; si estuviera durmiendo en mi cama no tendría esta hambre.
Los recuerdos me golpean y me aturullan. Antes yo no era Rocío, la
empollona de 6º A. Fui alumna de este cole cuando aún lo llevaban las monjas y
era un hacha en mates; desastre en todo lo demás. Pero pillé escarlatina y
luego está todo oscuro. Y antes de eso, no fui al cole. Tenía padres que me concedían
todos los caprichos, cama con dosel, una enorme casa de muñecas, un perro,
sirvientes. Era un chico fuerte y travieso, Thomas, que trepaba a las copas de
los árboles aunque me lastimara las palmas de las manos y me arañara las
rodillas. El primo Edgar me amenazaba con ahorcar a mi perro si alguna vez contaba
que a veces él sacaba las pistolas de mi padre del cajón bajo llave de su buró
para admirarlas en secreto. Antes, más antes, yo no era Thomas. Era Chandramukhi,
y mi madre era hermosa y morena, y decían que me parecía a ella. Cabellos
negrísimos, casi azules, largos hasta los tobillos; y cara redonda y dulce como
la de la luna. Ella me preparaba el mejor laddu
del mundo y al mirarme me sonreía.
Aquella noche, antes de la boda, me regaló un cofrecillo de lata, porque “te
has de ir con tu nueva familia, y quiero que tengas un recuerdo mío”. Mucho,
mucho antes, yo no era Chandramukhi…
―Reparto ciento cincuenta pesetas entre tres niños y siete niñas, de manera
que cada niña reciba cinco pesetas más que cada niño. ¿Cuánto recibe cada niño
y cada niña? ¿Rocío, te animas a salir al encerado?
El Pantuflo me tiende la tiza. Parpadeo muchas veces. Sé la respuesta; pero
mi garganta está seca.
―¿Te pasa algo?
―¿Puedo ir al servicio?―necesito beber agua. Y pronto, cuanto antes,
zamparme el bocadillo de Nocilla de mi mochila. Estoy débil.
―María José, ve con tu compañera.
Mariajo asiente, me conduce de la mano hasta el baño de las chicas. Entro,
me quito las gafas con cuidado y las dejo en el extremo más ancho del lavabo.
Me refresco la cara y bebo. Vuelvo a ponerme las gafas y veo que Mariajo mira
preocupada lo pálida que estoy.
―Espérame, voy a pasar al baño un momento―cierro la puerta, llena de
pintadas de los gamberros del cole.
Me siento en la taza. Al terminar, saco un pañuelo de papel del bolsillo y
al limpiarme, veo una mancha roja, más roja que el rojo del pelo de Nuria. Me
vuelven destellos de recuerdos. A Chandramukhi la casaron a la semana de
aquello. Al primo Edgar lo encontraron un día en el suelo al lado del buró, sobre
un charco oscuro.
Salgo del servicio. Me arde la cara. Igual tengo fiebre.
―¡Oye, qué colorada estás ahora! Vamos a dirección a que llamen a tu casa.
Más tarde, en casa, mi madre me mima más de lo habitual. Me gusta mucho mi
madre, más que la de antes, aunque quizá no tanto como la de más antes. Y ya me
da igual lo del Telesketch.
Interesante ¿por que sera que de niños recordamos esas cosas?
ResponderEliminarAbrazos
Ninqisse, me ha gustado mucho tu relato. Por la ambigüedad que planteas me ha recordado a alguno de Borges ('El Sur') o de Cortázar ('La noche boca arriba' o 'El ídolo de Las Cícladas').
ResponderEliminarMe gusta mucho tu relato y me encanta como lo inicias. Recordar tantas vidas anteriores como uno pudiese tener me plantea cantidad de interrogantes. Y es una de las cosas que me atrae de los relatos, que me ofrezcan pensamientos a desarrollar. Gracias. Una cuestión que te planteo, ¿no crees que la madre presente siempre parecerá mejor? Es verdad que podemos conservar bellos recuerdos pero, en el caso de una madre...
ResponderEliminarMe parece un relato estupendo. La última frase me parece redonda, muy bien colocada.
ResponderEliminarSupongo que ahora Rocío empezará "una nueva vida".
Como siempre tiene ese ritmo mágico al que me ha acostumbrado lo que escribes, o al menos lo que te he leído. El detalle de la clase de mates está más que acertado: en qué clase podemos recordar y viajar más en el tiempo que en la de mates. La retrospectiva está logradísima, y con las dos claves para el final. En cuanto al final mismo de la narración, me parece que no estoy de acuerdo con Ángeles porque lo de empezar una nueva vida es muy optimista, lo cual es posible, pero lo contrario creo que también: le da igual el telesketch porque ya todo le da igual, ha vivido muchas vidas. Supongo que ese final de dos posibles lecturas agrega un poco de misterio, y lo enriquece.
ResponderEliminarGracias
Diego A. Nieto Marcó
Muchas gracias por vuestros comentarios. Charly, cierto, de niños somos muy sabios y estamos quizá en contacto con recuerdos o sueños que luego vamos perdiendo. Javier, Borges y Cortázar son genios y (re)leeré esos cuentos que mencionas. Nico, no creo que la "madre de ahora" siempre parezca la mejor. A veces justo quien no tenemos en nuestro presente nos gusta más porque la nostalgia y la distancia son factores que pueden embellecerlo (eso lo saben muy bien los románticos). Ángeles y Diego, celebro que el final os sugiera lecturas tan distintas. En cuanto a qué asignatura puede hacer que viajemos más en el tiempo, si la Pajarito me estuviera leyendo se enfadaría porque ella diría que la historia, no las mates ; )
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