sábado, 8 de abril de 2017

Dulce despedida

Luisa recorre los pasillos del edificio por última vez. Camina despacio, muy pegada a la pared, y a cada paso su cadera chilla de dolor. Si su médico la viese, le echaría la bronca, le diría que esa caminata era del todo innecesaria. Pero ella no quiere desaparecer sin más de la oficina. Algunos de sus compañeros de trabajo lo han sido durante más de veinte años, y no piensa irse sin despedirse de ellos.
Lleva una caja de bombones en la mano; y no son de una marca cualquiera, porque le han costado un dineral. La paga que le va a quedar no es para tirar cohetes pero, como detalle de despedida, puede permitírselos. «Lo importante ―piensa― es que haya para todos y que se los coman a gusto.»
Nada más llegar se planta ante la mesa de José Antonio, de contabilidad, que se sorprende al verla.
―¡Luisa! ¿Cómo tú por aquí? Pero si me dijeron hace ya meses que te habías pre jubilado.
A ella no le sorprende la reacción de José Antonio. En realidad ha estado trabajando hasta hace tres días, pero para ese tío siempre ha sido como si no existiera. A las más jóvenes y guapas de la oficina, en cambio, las tiene bien controladas.
―No, en realidad me operaron hace unos meses de la cadera ―contesta ella amablemente―. No sirvió de mucho. Después me incorporé y he intentado trabajar durante un tiempo, pero no puedo. Al final me han dado la jubilación, pero ha sido hace solo unos días.
―Ah, pues no tenía ni idea, mujer. En fin, una pena, ¿no? Aunque bueno, oye, mejor para ti, así ya te quedas en casa tranquilita. ¡Ya me gustaría a mí!
Aunque el comentario no le hace ninguna gracia, ella sonríe. Después abre la caja de bombones.
―Toma, coge uno. Son de los que van rellenos de licor. Están muy buenos.
―¡Muchas gracias! Oye, no tenías que molestarte.
―Solo es un pequeño detalle de despedida.
Antes de que José Antonio empiece a desenvolverlo, ella ya camina hacia la mesa de Sandra, de recursos humanos, que hace como que no la ve hasta que Luisa deja la caja de bombones encima de su mesa, a solo unos centímetros de su mano.
―¡Luisa, cariño! Ya me han dicho que es tu último día. ¡Ay, me da mucha penita que te vayas!
Luisa la mira y se acuerda entonces del día en que, metida en uno de los cubículos del cuarto de baño mientras intentaba recuperarse de un pequeño mareo, la oyó entrar en los servicios junto a Rebeca y ponerse a hablar de ella. Puta vaca, inútil y amargada fueron solo algunos de los piropos que, creyéndose completamente solas, le dedicaron. Luisa, sin embargo, le ofrece un bombón, y aunque Sandra se lo piensa y lo mira con cara de estomecuestamediaclasedespinning, al final insiste y consigue que lo coja.
A Iñaki lo pilla cerrando a toda prisa una ventana de su ordenador en la que aparece una rubia con las tetas fuera. Lleva la página web de la empresa y es todo un artista de la tecnología. Luisa nunca ha llegado a verlos, pero los memes y chistes que hace sobre ella y que comparte con todos los demás compañeros deben de ser muy graciosos, a juzgar por cómo los otros cogen el móvil, miran la pantalla y después se parten de risa mientras la observan a ella con más o menos disimulo. Se despide de Luisa de una forma muy fría, casi sin mirarla a la cara, y como ella sabe que es de buen comer, le ofrece un bombón y le anima después a coger otro.
Sigue repartiendo bombones por toda la oficina: a Jesús, que los invitó a todos a su boda excepto a ella; a María, la organizadora por excelencia, que hace un grupo de whatsapp cada vez que hay un cumpleaños y que, a partir del segundo año, dejó de incluirla ―además de no interesarse nunca por si ella también cumplía años alguna vez―; a Julián, su superior directo, que le habla y le pide las cosas como si fuera imbécil para luego acabar quejándose lo haga como lo haga; a Carla, que la cagó con un cliente importante y, para quitarse la mierda de encima, la acusó a ella de haber preparado mal la documentación necesaria. Va lenta y son muchos en la oficina, así que el paseo le lleva un buen rato. Todos le sonríen y le dicen lo mucho que la van a echar de menos. Nadie le da un abrazo, ni siquiera dos besos. Todos cogen su bombón y comentan lo bueno que está.
―Cuidado, que son de los que van rellenos de licor― dice ella cuando ve que van a darle un bocadito en vez de metérselo entero en la boca.
El último es Andrés, de publicidad. Se queda parada antes de acercarse a su mesa. Que ella sepa, es el único de la oficina que nunca la ha tratado mal. Cuando él despega los ojos de la pantalla y la ve allí plantada le sonríe y se levanta. Se queda parado un momento para dejar paso a José Antonio, que va corriendo al servicio con cara de urgencia, y después se acerca a ella.
―¡Luisa! Es tu último día, ¿no?
―Sí, ya me despido.
―Se te va a echar de menos.
Ella observa la caja de bombones, que ya no pesa ni la mitad que cuando llegó. La ha llevado abierta por toda la oficina, pero ahora la tapa impide que se vean los tres o cuatro bombones que quedan.
―No digas mentiras.
―Que sí, mujer.
Él le da dos besos, aunque enseguida tienen que hacerse a un lado para que Rebeca, que corre hacia el baño con la cara muy blanca y la mano agarrándose la tripa, no los arroye.
―Bueno, ¿y qué tienes ahí? ―dice él mirando la caja.
Luisa duda antes de abrir la tapa. Piensa a toda prisa en una excusa para no hacerlo, para marcharse de allí sin ofrecerle un bombón a Andrés. Lo único que se le ocurre es decir que ya no quedan, que ha calculado mal y que se han acabado antes de lo que tenía previsto. En esos pocos minutos de duda, mientras Luisa se concede el tiempo necesario para tomar una decisión alargando su conversación con Andrés de la forma más tonta, Julián se levanta de su mesa y observa con terror que en la puerta del único cuarto de baño de la planta hay dos personas esperando. Poco después, cuando Sandra sale corriendo para allá, ya son cuatro.
Pero Luisa piensa entonces que Andrés, de algún modo, ha tenido muchas ocasiones de defenderla: que podría haber intercedido para que la incluyesen en los grupos de whatsapp, para que la invitasen a las comidas que organizaban todos los compañeros, que podría haberse puesto de su parte cuando Carla le echó a ella la culpa de la cagada con el cliente. Andrés nunca la ha tratado mal ―al menos, no directamente―, pero está segura de que, cuando los demás la ponen verde e inventan chistes sobre ella, él no se tapa los oídos; que cuando le llegan mensajes al móvil con memes sobre ella, no deja de abrirlos. Y seguro que hasta se ríe y los conserva si la ocurrencia es buena.
Abre la tapa y le ofrece los pocos bombones que quedan. Para entonces los que hacen cola en el baño, encogidos y visiblemente nerviosos, ya han empezado a meterles prisa a los de dentro de muy malas maneras. Iñaki sale corriendo hacia las escaleras con la esperanza de llegar a tiempo a los servicios de la planta de abajo. A María, agachada y con la cara descompuesta, se le han empezado a escapar las lágrimas.
―Son de los que van rellenos de licor. De un bocado, ¿eh?


6 comentarios:

  1. Muy buena despedida, se merecían todos los bombones para estar a la cola con dolores de tripa. Hasta Andrés pues creo que somos demasiados los que vemos el mundo sin reaccionar ante las injusticia. Un relato muy interesante. Un beso y Feliz Semana Santa.

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  2. Jajaja, que buena idea me has dado, pero no para los de la oficina, sino para...

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  3. Parece que Némesis se ha vestido de Luisa; y Luisa es, a su vez, ese "patito feo" al que nadie quiere y del que todo el mundo huye. Es triste tu relato, pero a mí, sinceramente, lo que me ha hecho es plantearme por qué todos, absolutamente todos contra Luisa.

    Feliz Semana Santa.

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  4. Me encantan tus relatos de humor negro.
    Nunca decepcionan, se nota que te lo pasaste bien escribiéndolo. :p

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  5. ¡Un relato para chuparse los dedos! Enhorabuena, Raúl, me ha encantado la referencia al spinning y algunos otros detalles más que funcionan como las pinceladas maestras de un cuadro; nos hemos imaginado perfectamente esa oficina y su fauna.

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  6. Me gusta tu humor y tu imaginación de hacer de un texto
    algo locamente bello
    Hasta pronto compañera

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