Luisa recorre
los pasillos del edificio por última vez. Camina despacio, muy pegada a la
pared, y a cada paso su cadera chilla de dolor. Si su médico la viese, le echaría
la bronca, le diría que esa caminata era del todo innecesaria. Pero ella no
quiere desaparecer sin más de la oficina. Algunos de sus compañeros de trabajo
lo han sido durante más de veinte años, y no piensa irse sin despedirse de
ellos.
Lleva
una caja de bombones en la mano; y no son de una marca cualquiera, porque le han
costado un dineral. La paga que le va a quedar no es para tirar cohetes pero,
como detalle de despedida, puede permitírselos. «Lo importante ―piensa― es que
haya para todos y que se los coman a gusto.»
Nada
más llegar se planta ante la mesa de José Antonio, de contabilidad, que se
sorprende al verla.
―¡Luisa!
¿Cómo tú por aquí? Pero si me dijeron hace ya meses que te habías pre jubilado.
A
ella no le sorprende la reacción de José Antonio. En realidad ha estado
trabajando hasta hace tres días, pero para ese tío siempre ha sido como si no
existiera. A las más jóvenes y guapas de la oficina, en cambio, las tiene bien
controladas.
―No,
en realidad me operaron hace unos meses de la cadera ―contesta ella amablemente―.
No sirvió de mucho. Después me incorporé y he intentado trabajar durante un
tiempo, pero no puedo. Al final me han dado la jubilación, pero ha sido hace
solo unos días.
―Ah,
pues no tenía ni idea, mujer. En fin, una pena, ¿no? Aunque bueno, oye, mejor
para ti, así ya te quedas en casa tranquilita. ¡Ya me gustaría a mí!
Aunque
el comentario no le hace ninguna gracia, ella sonríe. Después abre la caja de
bombones.
―Toma,
coge uno. Son de los que van rellenos de licor. Están muy buenos.
―¡Muchas
gracias! Oye, no tenías que molestarte.
―Solo
es un pequeño detalle de despedida.
Antes
de que José Antonio empiece a desenvolverlo, ella ya camina hacia la mesa de
Sandra, de recursos humanos, que hace como que no la ve hasta que Luisa deja la
caja de bombones encima de su mesa, a solo unos centímetros de su mano.
―¡Luisa,
cariño! Ya me han dicho que es tu último día. ¡Ay, me da mucha penita que te
vayas!
Luisa
la mira y se acuerda entonces del día en que, metida en uno de los cubículos
del cuarto de baño mientras intentaba recuperarse de un pequeño mareo, la oyó entrar
en los servicios junto a Rebeca y ponerse a hablar de ella. Puta vaca, inútil y amargada fueron solo
algunos de los piropos que, creyéndose completamente solas, le dedicaron.
Luisa, sin embargo, le ofrece un bombón, y aunque Sandra se lo piensa y lo mira con cara de estomecuestamediaclasedespinning, al
final insiste y consigue que lo coja.
A
Iñaki lo pilla cerrando a toda prisa una ventana de su ordenador en la que
aparece una rubia con las tetas fuera. Lleva la página web de la empresa y es
todo un artista de la tecnología. Luisa nunca ha llegado a verlos, pero los memes y chistes que hace sobre ella y
que comparte con todos los demás compañeros deben de ser muy graciosos, a
juzgar por cómo los otros cogen el móvil, miran la pantalla y después se parten
de risa mientras la observan a ella con más o menos disimulo. Se despide de Luisa
de una forma muy fría, casi sin mirarla a la cara, y como ella sabe que es de
buen comer, le ofrece un bombón y le anima después a coger otro.
Sigue
repartiendo bombones por toda la oficina: a Jesús, que los invitó a todos a su
boda excepto a ella; a María, la organizadora por excelencia, que hace un grupo
de whatsapp cada vez que hay un cumpleaños y que, a partir del segundo año,
dejó de incluirla ―además de no interesarse nunca por si ella también cumplía
años alguna vez―; a Julián, su superior directo, que le habla y le pide las
cosas como si fuera imbécil para luego acabar quejándose lo haga como lo haga;
a Carla, que la cagó con un cliente importante y, para quitarse la mierda de
encima, la acusó a ella de haber preparado mal la documentación necesaria. Va
lenta y son muchos en la oficina, así que el paseo le lleva un buen rato. Todos
le sonríen y le dicen lo mucho que la van a echar de menos. Nadie le da un
abrazo, ni siquiera dos besos. Todos cogen su bombón y comentan lo bueno que
está.
―Cuidado,
que son de los que van rellenos de licor― dice ella cuando ve que van a darle
un bocadito en vez de metérselo entero en la boca.
El
último es Andrés, de publicidad. Se queda parada antes de acercarse a su mesa. Que
ella sepa, es el único de la oficina que nunca la ha tratado mal. Cuando él
despega los ojos de la pantalla y la ve allí plantada le sonríe y se levanta. Se
queda parado un momento para dejar paso a José Antonio, que va corriendo al
servicio con cara de urgencia, y después se acerca a ella.
―¡Luisa!
Es tu último día, ¿no?
―Sí,
ya me despido.
―Se
te va a echar de menos.
Ella
observa la caja de bombones, que ya no pesa ni la mitad que cuando llegó. La ha
llevado abierta por toda la oficina, pero ahora la tapa impide que se vean los
tres o cuatro bombones que quedan.
―No
digas mentiras.
―Que
sí, mujer.
Él
le da dos besos, aunque enseguida tienen que hacerse a un lado para que Rebeca,
que corre hacia el baño con la cara muy blanca y la mano agarrándose la tripa,
no los arroye.
―Bueno,
¿y qué tienes ahí? ―dice él mirando la caja.
Luisa
duda antes de abrir la tapa. Piensa a toda prisa en una excusa para no hacerlo,
para marcharse de allí sin ofrecerle un bombón a Andrés. Lo único que se le
ocurre es decir que ya no quedan, que ha calculado mal y que se han acabado
antes de lo que tenía previsto. En esos pocos minutos de duda, mientras Luisa
se concede el tiempo necesario para tomar una decisión alargando su conversación
con Andrés de la forma más tonta, Julián se levanta de su mesa y observa con terror
que en la puerta del único cuarto de baño de la planta hay dos personas
esperando. Poco después, cuando Sandra sale corriendo para allá, ya son cuatro.
Pero
Luisa piensa entonces que Andrés, de algún modo, ha tenido muchas ocasiones de
defenderla: que podría haber intercedido para que la incluyesen en los grupos
de whatsapp, para que la invitasen a las comidas que organizaban todos los
compañeros, que podría haberse puesto de su parte cuando Carla le echó a ella
la culpa de la cagada con el cliente. Andrés nunca la ha tratado mal ―al menos,
no directamente―, pero está segura de que, cuando los demás la ponen verde e
inventan chistes sobre ella, él no se tapa los oídos; que cuando le llegan
mensajes al móvil con memes sobre
ella, no deja de abrirlos. Y seguro que hasta se ríe y los conserva si la
ocurrencia es buena.
Abre
la tapa y le ofrece los pocos bombones que quedan. Para entonces los que hacen
cola en el baño, encogidos y visiblemente nerviosos, ya han empezado a meterles
prisa a los de dentro de muy malas maneras. Iñaki sale corriendo hacia las
escaleras con la esperanza de llegar a tiempo a los servicios de la planta de
abajo. A María, agachada y con la cara descompuesta, se le han empezado a
escapar las lágrimas.
―Son
de los que van rellenos de licor. De un bocado, ¿eh?
Muy buena despedida, se merecían todos los bombones para estar a la cola con dolores de tripa. Hasta Andrés pues creo que somos demasiados los que vemos el mundo sin reaccionar ante las injusticia. Un relato muy interesante. Un beso y Feliz Semana Santa.
ResponderEliminarJajaja, que buena idea me has dado, pero no para los de la oficina, sino para...
ResponderEliminarParece que Némesis se ha vestido de Luisa; y Luisa es, a su vez, ese "patito feo" al que nadie quiere y del que todo el mundo huye. Es triste tu relato, pero a mí, sinceramente, lo que me ha hecho es plantearme por qué todos, absolutamente todos contra Luisa.
ResponderEliminarFeliz Semana Santa.
Me encantan tus relatos de humor negro.
ResponderEliminarNunca decepcionan, se nota que te lo pasaste bien escribiéndolo. :p
¡Un relato para chuparse los dedos! Enhorabuena, Raúl, me ha encantado la referencia al spinning y algunos otros detalles más que funcionan como las pinceladas maestras de un cuadro; nos hemos imaginado perfectamente esa oficina y su fauna.
ResponderEliminarMe gusta tu humor y tu imaginación de hacer de un texto
ResponderEliminaralgo locamente bello
Hasta pronto compañera