lunes, 13 de marzo de 2017

Te llames como te llames

Cuando se conocieron eran Manrico y Leonora. Fue durante un otoño en Praga. A él le hizo gracia su forma de apretar los labios  cuando se concentraba; a ella el fugaz destello de rabia que él no conseguía disimular cada vez que alguien le corregía. Solo trabajaron juntos durante unos días, pero lograron que la ciudad entera hablase de ellos. Después estuvieron dos años sin verse.
Cuando volvieron a coincidir eran Violeta y Alfredo. Esta vez se encontraron en Milán, donde se hizo evidente que entre ellos estaba a punto de surgir una relación que iba a ir mucho más allá de lo profesional. El Un dì, felice, eterea nunca había sonado tan sincero en la ciudad italiana.
En Madrid fueron Rodolfo y Mimí, y las lágrimas que a él se le escapaban cada vez que ella moría en sus brazos eran tan abundantes y amargas que superaron ampliamente las exigencias del director de escena.
Durante años vivieron su historia con muchos nombres. A expensas del libreto fueron Porgy and Bess en Nueva York, Cio-Cio-San y Pinkerton en Viena, Peleas y Melisande en París, Tosca y Mario en Barcelona. Aunque pocas, hubo también algunas noches sin máscaras: noches en las que olvidaron sus matrimonios y cambiaron camerinos, maquillaje y trajes pomposos por restaurantes discretos y habitaciones de hotel; noches en las que se atrevieron a dejar de lado arias y dúos y se comunicaron improvisando susurros, gemidos y caricias.
Pero fue en el escenario donde vivieron los episodios más intensos de su historia. Porque ahí no había necesidad de fingir, ni tenían que buscar las palabras: solo recitar las que otros habían escrito para ellos y dejar que la música las elevase a la categoría de arte. Sobre el escenario emocionaban a miles de personas dejándose llevar y recibían aplausos por decir las cosas que estaban deseando decir.
Cada noche, tras la representación, el escenario quedaba a oscuras, pero sus historias nunca se apagaban del todo. Porque ni siquiera la muerte, que casi siempre triunfa en la ópera, podía evitar que todo volviese a empezar para ellos al día siguiente.


5 comentarios:

  1. ¡Me gusta! Que viva la ópera.
    Cuestión aparte, ¿seguro que era amor, o borrachera de personaje? ¿Confunden realidad y actuación o la actuación se vuelve realidad?
    :p

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  2. Me da placer leerte
    Y desde la madrugada de Miami leo lo que tu imaginación crea ardientemente

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  3. Ame este trocito de historia en que opera y realidad son una sola!!

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  4. Raúl, me encantan tus relatos con trasfondo musical. Este cuento podría expandirse, metiendo muchos más personajes de óperas famosas. Por ejemplo, Lucia di Lammermoor, basado en un novelón de Walter Scott que tiene ese punto romántico gore que hizo que me gustara mucho de jovencita. Es cierto lo que dices en el último párrafo del cuento, en la ópera los finales suelen ser trágicos, pero en la realidad no tiene por qué ser así.
    Encore, encore!

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