Duermo boca arriba, Bella
Durmiente con pijama de felpa y tapones en los oídos, y ese viejo antifaz para
un vuelo sin jet lag. Se está
calentita aquí. No quiero que me despierte la claridad de la mañana.
Boca abajo, con los brazos a lo
largo del cuerpo, el cuello en posición forzada, buscando aire para respirar,
porque todavía estoy viva: solo estoy durmiendo.
Casi al borde, mientras abajo
nadan los tiburones y un solitario calcetín busca a su compañero.
En el centro exacto del colchón,
en la línea en que se cruzan los límites, en donde puedo estar o huir, y donde
elijo estar y huir.
En la cuna, mi sonajero está lejos,
pero casi, casi lo alcanzo… Mamá no está. En su vientre era distinto; oía sus
latidos, nos sentíamos. Me dormía al compás de su corazón.
En el camarote, junto al ojo de
buey que parece la luna que se acerca a contemplarme. Estoy en la litera de
arriba, casi tocando el techo, y sueño con volar a pesar de que toca navegar.
En otra litera en el tren
nocturno, entre viajeras más feas que yo. Al amanecer, sentada, con la frente
apoyada en la ventanilla, miro mi reflejo en el cristal sin apenas ver
ese paisaje deslumbrante al otro lado. Recuerdo mi sueño: me pincho con el huso
de una rueca.
En el bus del cole, con el
gamberro de siempre dándome patadas en el respaldo; en realidad debo de
gustarle un poco. Amor y dolor: nunca puedo distinguirlos muy bien. Lo miro
y no siento nada. Le dedico una sonrisa.
Y el primer amor llega en un sueño. Él
es un príncipe hermoso y bello, casi tanto como yo. Le sonrío con la más
perfecta de las sonrisas. Duermo junto a él, abrazada a su espalda fuerte, al
abrigo de hombros redondeados y musculosos, la muralla de nuestro castillo de
cuento de hadas. Cierro los ojos a lo que no sea mi sueño de él.
Pero me despierto de lado, en el
que siempre fue su lado, hecha un ovillo, con las sábanas cubriéndome como una
mortaja.
Me tumbo en el banco del parque y
nadie me mira, nadie se apiada; yo me fijo en ese hombre brotado del otro banco
que les cuenta su vida a las palomas. Si me mira, le sonreiré. Ellas son sus
hadas madrinas.
Al cabo de cien años, ¿qué
pasará?
Conservo las cartas
de los distintos príncipes encantadores que se acercaron a mi morada entre las
zarzas. Las uso para llenar el tiempo hasta la hora
de las pastillas; y dudando de si ya las he tomado después de todo,
porque siento mucho sueño.
En el hospital, conectada a muchos
cables, no me tengo por qué mover; solo dejar pasar las horas, dejarme ir. Sí,
no hay nada que temer. Es cuestión de seguir soñando.
Y sueño que voy en el coche
mientras él conduce, y de vez en cuando me hace una caricia en la rodilla,
justo bajo la falda, y me imagino ser quizá el destino real del viaje.
Y sueño que estoy en el cine. Las
películas que le gustan a mí me dicen poco. Pero él me mira cuando acaban, para
ver si me he dormido. Me mira.
Se está tan calentita en ese
lugar. En su mirada.
Quiero que me mires, dicen mis
ojos, mi sonrisa, todo mi cuerpo.
Quiero que me mires hasta cuando
duermo.
Aunque sea en tus sueños.
Muy bueno
ResponderEliminarBesos
Una belleza: el ritmo, el sonido de las palabras escogidas, la realidad sugerida, y deseada. Premio. Pese al sueño, la espera en sueño, hay luz, y la realidad mostrada a través de un velo que no oculta sino que muestra como a través de un tul. Poesía en prosa, prosa poética. Un hallazgo.
ResponderEliminarPoesía. Gracias.
ResponderEliminarme encanta tu ritmo mujer bella
ResponderEliminartus letras son verdades que me deleitan cuando las leo
Me gusta como narras, la historia es toda vida.
ResponderEliminarAbrazo
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ResponderEliminarMuchas gracias por los comentarios. La imagen es del pintor británico victoriano Frederick Leighton, se llama 'Flaming June' y aquí hay más info sobre ella (tiene una historia muy curiosa):
ResponderEliminarhttps://www.rbkc.gov.uk/subsites/museums/leightonhousemuseum/flamingjune/flaming.aspx