domingo, 16 de octubre de 2016

Una mujer de principios

                             

           Se acercó al ventanal del salón y se sentó en la mesa en la que más sol daba. Sacó la libreta amarilla y el bolígrafo, dispuesta a escribir el principio de una historia. Se olía el mar en todos los rincones del centro Santa María del Descendimiento. Pero ella, a pesar de llevar 78 años viviendo enfrente del Mediterráneo, no había dejado de maravillarse ni una sola vez cuando se asomaba al inmenso azul, de cómo brillaban mil diamantes en su superficie, incluso cuando estaba nublado. Si hubiera creído en los milagros, el mar le habría parecido uno. Pero ella no creía en nada, de nunca. Sólo se oía el vaivén de las olas o, al menos, ella solo oía el vaivén de las olas. Hacía tiempo que tenía atención selectiva, uno de los pocos privilegios de la edad.

           A lo lejos, a veces se veían delfines cruzando el horizonte. Su abuela siempre decía que cuando cruzaban manadas de delfines, las mujeres se quedaban embarazadas. En cuántas cosas creía su abuela, de siempre. Pero, hoy, se veía una plataforma petrolífera que viajaba dirección Almería arrastrada por dos barcos gemelos. Qué curiosidad le producían las plataformas aventureras. Las que, después de muchos años, cambiaban de destino, levaban anclas y se iban con la música a otra parte. Con esas raíces tan difíciles, tan hostiles. Eran islas de hierro en mitad de la vida. ¿Qué le esperaría a esta? Cuántas historias de humanos especiales habrían empezado y terminado sobre ese esqueleto de metal. Esos humanos con las emociones amplificadas, como gritadas por un megáfono o, al contrario, adormecidas bajo la piel. Cómo le gustaría entrevistar a alguno.

           Bajó la mirada y se acordó de para qué se había sentado. Principios… claro. Llevaba toda la vida escribiendo principios. Era su especialidad. Había escrito principios muy buenos, principios mediocres, y principios que no daban pie ni a terminar el “érase una vez”. Había escrito el de la niña feliz y querida, el de la adolescente a la que se le revolvió el mundo, el de la universitaria inadaptada, el de la joven que fue a escribir principios a muchos países diferentes y el de la mujer a la que se le acabaron los principios. Le había inventado principios a Marta, la caníbal de hombres; a Helena, la que disfrutaba llorando en el cine; a Petra, la valiente que no tenía miedo a nada; a Laura, la que se apuntaba a cursos de cualquier cosa para sentirse parte de la manada; a Patricia, la que frecuentaba casas de orgías; a Alicia, la insegura que solo quería que la amarrasen con besos; incluso, a Cari, la que quería ser madre.

           Había escrito montones de capítulos y todos titulados “capítulo 1”. Siempre en la misma libreta, una libreta enorme con miles de páginas, amarillentas y con el papel desgastado de tanto manosearlo. Se había beneficiado de la magia de la escritura para reinventar, si un principio no funcionaba, solo tenía que volver a pasar la película y reescribir la versión. Pero nunca había conseguido escribir más de un folio, no había podido pasar de esa longitud. Por más que lo intentara. Por más psicólogos a los que hubiera visitado. Por más historias que hubiera leído y observado. Por más que hubiera crecido. Tenía la sensación de que todo el mundo sabía un secreto que ella no. Y nadie se lo contaba. Todas esas novelas de quinientas, mil, incluso dos mil páginas que veía en las estanterías de las librerías. Obscenas. Presumidas. Altaneras. Recordándole a ella sus relatos de una página, de página y media. Se desesperaba, a veces un poco, a veces hasta la agresividad hacia los demás, hacia ella misma, a veces hasta la depresión, a veces hasta la ansiedad más dura, a veces hasta la huida, a veces hasta la nada.

           Levantó la cabeza, la plataforma ya había pasado de largo, se veía muy a lo lejos, como en el siguiente capítulo ya. Volvió a bajarla. Érase una vez una mujer de principios…


Señora Pilar, su medicación. ¿Otra vez ha cogido la guía de teléfono? Por favor, devuélvala a su sitio.

6 comentarios:

  1. Hermosura de texto. Te lo dije y lo pongo por escrito. :p

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  2. Vaya pedazo de cuento que nos has regalado. Lírico, mágico, lleno de posibilidades, puesto que las historias de Alicia, Cari, etc. están esperando a ser desarrolladas. Aunque sea en una página :)

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  3. Una historia que transmite sensaciones y que sugiere otras muchas historias que están y que no están. Y decía que estaba oxidada...

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  4. Me encanta tu relato. Aunque en si mismo no lo parezca, encierra muchas cosas y está contado con un lirismo que atrapa. Enhorabuena.

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  5. Quiero leer esos principios, espero que este relato continué.

    Y el final me ha dejado una sonrisa por lo inesperado.

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  6. Pedazo de historia. El mismo ritmo es parte de ella. Y sorprendente; aunque no debería haberme sorprendido porque el ritmo te va dando una vida en la que el personaje no es absolutamente libre, por algo, lo que sea.
    Diego A. Nieto Marcó

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