martes, 11 de octubre de 2016

Cuidado con ofender al embajador

Eran las dos de la tarde del treinta y uno de enero de 1895 cuando la comitiva del Embajador marroquí salió del Hotel Rusia, situado en la carrera de San Jerónimo, para dirigirse al Palacio Real, donde sería recibido por la Reina Regente. El objetivo de la visita del diplomático, encomendado por el Sultán, era el de negociar una moratoria formal en el pago de ciertas indemnizaciones de guerra.

La carrera de San Jerónimo con sus llamativos horizontes, la Puerta del Sol a un lado y la Plaza de las Cortes al otro; la calle más ruidosa, alegre y animada de la capital, deslumbraba con el colorido de los uniformes de la escolta del embajador africano, y con el dorado de las carrozas para transportar a la comitiva. Era tal la expectación que la gente se agolpaba en las aceras, aguardando con impaciencia, curiosidad y cierta hostilidad (por los últimos enfrentamientos entre ambos países) el desfile del cortejo hacia el real alcázar.

El embajador, envuelto entre los pliegues de su blanco ropaje, presentaba un aspecto de anciano venerable de larga y cuidada barba; le acompañaba su secretario, un joven de rasgados ojos que brillaban en su rostro de piel de azabache. Junto a ambos caminaba, discreto, el consejero de la Reina Regente que los acompañaba desde su llegada a Madrid.

En el momento en que el embajador bajaba la escalera del hotel y se dirigía a ocupar la carroza de gala, alguien se destacó del grupo de curiosos que se agolpaban en la entrada. Se trataba de un general retirado, que salía de almorzar, como tenía costumbre, del restaurante del Hotel Rusia; y que al ver al embajador; se acordó de un amigo suyo, un general que falleció hacía unos meses en la última brutal contienda; pronunció algunas palabras en árabe; creyó que el enviado del sultán le contestaba con un gesto de desprecio y le asestó dos sonoras bofetadas. Un hilo de sangre resbaló por la nevada barba del anciano que intentó responder al ataque, haciendo ademán de sacar algún arma que guardaría entre su holgada vestimenta, pero el secretario le detuvo interponiéndose entre él y el agresor.

La primera reacción del embajador fue suspender inmediatamente la gestión diplomática que se le había confiado y regresar a Marruecos aquel mismo día. Sin embargo, tras una larga conversación con su secretario y el consejero de la Reina Regente, en la que hubo tiempo para que se recibiera la profunda impresión que la noticia del agravio había causado a la Soberana y su condena enérgica a tal agresión a un diplomático, ordenó a la comitiva iniciar la marcha hacia Palacio. El embajador se mostraba visiblemente contrariado y nervioso, por lo que no pudo pronunciar el discurso protocolario y hubo de hacerlo en su nombre el secretario. Terminada la ceremonia, la Reina quedó a solas con el embajador y volvió a manifestar su rechazó a un acto que desmentía la hospitalidad del pueblo madrileño y que el general debía tener perturbadas sus facultades mentales. Sólo esta circunstancia podría explicar el absurdo atropello cometido contra el anciano embajador. Durante la reunión se habló que las relaciones hispano marroquíes acusaban en aquella ocasión síntomas evidentes de tirantez.

En los días posteriores el Gobierno y el Cuerpo diplomático, los partidos políticos representados en ambas Cámaras, las autoridades de Madrid, desfilaron por el Hotel Rusia en visita de desagravio. El Congreso y el Senado declararon oficialmente su repulsa “por el incalificable ultraje inferido en la persona inviolable de un embajador…”. Los salones aristocráticos de Madrid abrieron sus puertas a la embajada del sultán de Marruecos, mientras que el agresor, el general de brigada, antiguo coronel de infantería que fue detenido y llevado a la prisión militar, inmediatamente después del suceso, permanecía aislado sin querer recibir a nadie más que a las personas de su familia y acompañándose de una Biblia que leía en voz alta a todas horas.

El general fue un valiente en los campos de batalla; pero en el cuartel era conocido su carácter intransigente, que le obcecaba de tal manera que se tomaba como agravio todo lo que no le gustaba. La única persona que había ejercido una influencia positiva sobre su carácter fue su difunta esposa; pero desde que la perdió presumía de una rencorosa misantropía.

Para los fines que perseguía el representante marroquí, los acontecimientos le resultaron favorables, pues la agresión del general, permitió al embajador recibir excusas en vez de darlas; la moratoria en el pago de las indemnizaciones de guerra fue espontáneamente decretada, sin discusión ni regateo diplomático. El hado misterioso del fatalismo islámico había conseguido suavizar lo que en principio era un enconado problema de política exterior.

El dos de marzo, en un día de gran temporal, partió el embajador para volver a su país atravesando el Estrecho, el punto de embarque era Cádiz, el barco que lo llevaría de regreso tenía por nombre “Reina Regente” y en un último gesto de desagravio llevaría a la comitiva hasta Tánger.

Al anochecer, tras dejar a los pasajeros en la costa africana, volvía la tripulación en el navío, envuelto en una negra tempestad de olas gigantescas y torrentes de lluvia. Durante días los estuvieron esperando en la costa europea, sin embargo el barco nunca apareció, en vano se exploró el Estrecho de Gibraltar y se exploraron también las cercanías del continente vecino. Al “Reina Regente” se lo tragó el mar, desapareció entre la tormenta.

El naufragio del “Reina Regente”, del que sólo quedó rastro de duelo, fue una tragedia. Era, en importancia, el segundo barco de la armada española, lo tripulaban más de cuatrocientos hombres, y el trayecto que tenía que recorrer no pasaba de cinco horas. Varios habían sido los buques que habían naufragado en aquella zona por el temporal, pero las tripulaciones siempre se habían salvado; sin embargo de este no se encontraron ni siquiera restos del navío.

El misterio del naufragio dejó impresionada a la población que llegó a pensar en artes de brujería de los africanos como venganza por la agresión y todos esperaban que tras este sacrificio se hubiera llegado a reparar la ofensa para así poder seguir en paz con sus vidas.

Galad Artuile



11 comentarios:

  1. Qué vengativos, un guantazo y se llevan a 400 marineros por delante, sí que hay que tener cuidado con el embajador. ;p

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    1. Las coincidencias de ambos hechos en poco tiempo y el imaginario colectivo lo convierten en causa-efecto (venganza), sin embargo la realidad es que la perdida de 400 personas no fue un hecho premeditado.

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  2. Reflejas perfectamente como, a mi parecer, a veces nos castigamos, humillamos y tiramos por tierra nuestro amor propio por ser políticamente correctos. ¡Buen comienzo!

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    1. Gracias,interesante tu visión, no me fijé en ese enfoque.

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  3. Está basado en hechos reales?? Hay tantas curiosidades y anécdotas de la historia que pueden dar pie a relatos, crónicas, poemas... Si no es histórico, lo parece. Muy buena recreación.

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  4. A mi me gustó porque, aunque podría parecer absolutamente inventado (no lo sé), creo que se acerca mucho más a la realidad de lo que podemos imaginar. Eso de la diplomacia y las relaciones internacionales seguro que esconde circunstancias tan surrealistas pero a la vez tan humanas y cotidianas como las que describes.

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    1. Sí, a veces la realidad supera con creces a la ficción y algunas historias no necesitan más que poder contarlas incidiendo en un momento u otro de los hechos. Gracias.

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  5. El final parece un poco precipitado.

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    1. Es algo que suele ocurrirme, seguiré trabajando en ello. Gracias.

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  6. Creo que el acierto está en la narración lineal, que lo convierte en una crónica que nos hace plantear si es historia o es ficción. Si es historia, interesante y bien tratado; si es ficción, se hace historia. Estupendo el trato del hecho en sí, ya sea ficticio o verídico.

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